Una gran cita de una peli no tan buena

"Toda historia tiene un final, pero en la vida, cada final es un nuevo comienzo"
Una gran cita de una peli no tan buena ;-P


Soy una chica sencilla, normal por fuera hasta que me desvisto. He sido sometida a tres operaciones a causa de que una reducción de pecho saliese mal. Me siento mutilada y furiosa. Y espero que este blog me ayude a pasar página.

Todo lo que la gente no cuenta tras una mala experiencia en el quirófano, y que sigue ahí, al descubierto.

sábado, 31 de agosto de 2013

¡El GRAN DESASTRE ya está aquí!

    Urgencias, ese lugar que las películas describen como caótico y siempre en movimiento, en realidad resulta ser desértico. Ves a muchos celadores, auxiliares, enfermeros/as y médicos paseándose de un lado a otro, hablando entre ellos del fin de semana, pero a pocos trabajando de verdad.

    Cuando llegué, tras dar mis datos y esperar a que me llamasen para ser atendida me dí cuenta de lo que os he contado. Ahora me imagino la escena y me río, pero fue la leche: yo medio ida de la fiebre, mi madre y mi padre, los dos preocupados, todos sentados en un banco de un pasillo muy concurrido, viendo el desfile de trabajadores ociosos mientras esperábamos a ser atendidos.

    No sé si fue esta vez o una anterior en la que una máquina de coser de 40 años de antiguedad se me precipitó al pié, me ocurrió algo curioso. Un enfermero me llamó y me llevó a una salita aparte para sacarme sangre, siempre es lo primero que te hacen, hasta ahí todo normal. Sí, ya lo recuerdo, fue esta vez cuando ocurrió, la de la operación. Lo raro fue entrar a la salita y ver cómo mientras él preparaba lo que necesitaba iban entrando varias enfermeras, creo que llegaron a estar 4 sentadas frente a mí y vacilando al pobre chaval:
                - "¿seguro que vas a dejar que él te saque sangre?"- me decían.
                - "¿te fias de él?"- y yo ya pensando... "¡idiota calláte, no ves que sí, déjame en paz y dejále hacer su trabajo!"
                - "¡jajajaj!"
                - "blablablablablablabla..."- que ganas de matar a alguien, p*** cotorras

    ¡Un cristo! El pobre hombre ya no sabía que hacer, eran unas marujas de p*** madre y no callaban, aunque la voz cantante la llevaba una rubia cuarentona. Pobre, se ve que era chico, jóven y seguramente nuevo.

    Una vez fuera del gallinero, me dejaron estar tumbada en la camilla de una pequeña sala, allí solo estábamos nosotros tres.

    Estuvimos esperando mucho tiempo ya que no debía de haber ningún cirujano plástico de guardia y les costó mucho encontrar (en urgencias, que conste) a alguien, y eso que no había casi gente. El caso es que tras esperar y esperar, apareció una chica muy maja, médico, sí, pero ¡¡TRAUMATÓLOGA!! ¡Era traumatóloga! ¡¿Es que no había ningún cirujano de guardia que trabajase con tejidos?! La mujer no tenía ni idea de si la herida tenía buena o mala pinta (con el tiempo he descubierto que los médicos no tienen ni p*** idea de heridas, sino que son los/as enfermeros/as los que saben del tema, los primeros te las hacen y luego NADA, no saben nada) así que decidió ingresarme para que a la mañana siguiente los cirujanos de plástica lo valorasen.

    Pasé a cortinas y pocas horas después a planta. No debía haber camas en la zona que me tocaba, por lo que me trasladaron al pabellón de ginecología, obstetricia, neonatología, otorrinolaringología, oftalmología... En cada planta había varias especialidades. Abajo estaban las amatxus (madres) con sus bebés, y arriba el resto, yo estuve junto con ese resto. Tuve suerte, me tocó en la cama junto a la ventana, con más luz y ventilación (eran dos camas por habitación).

    Me estuvieron visitando todos los médicos de la especialidad, cada día uno diferente, no sé cómo podían ver la evolución si no la seguían cada día, y ninguno se hacía cargo de mi caso. No era paciente de ninguno, y lo era de todos. Ahora lo pienso y puede que se estuviesen cubriendo las espaldas, no nos daban ningún tipo de información. Pasaban, miraban y decían: "Hay que esperar, hay que ver cómo evoluciona... Hay que esperar.". NO NOS DECÍAN NADA, solo nos hacían perder el tiempo en la ignorancia y pasarlo mal por la falta de información.

    El otro tipo, el primer CIRUJANO CABRÓN, no nos devolvía las llamadas, le llamába mi madre a la consulta dos o tres veces al día para hablar con él e informarle de lo que estaba ocurriendo y nunca estaba en la consulta, o no se podía poner. El caso es que hoy, 6 años después, aún espero su llamada. No estaría tan furiosa si el capullo hubiese respondido y se hubiese interesado por el estado en el que me encontraba ya que fue el resultado de un trabajo chapucero, pero claro, ello hubiese conllevado el hecho de admitir un error.

    Fue una semana horrible en la que no sabíamos qué estaba pasando ni cuanto tiempo duraría ese estado de incertidumbre. Puede que no nos dijesen nada, pero nosotros ya nos olíamos problemas, sabíamos que eso no era normal cuando al día siguiente de la operación te mandan a casa, se supone que yo no debería estar ingresada, se supone que me iba a ir recuperando, no empeorando... Se suponían tantas cosas...

    De las curas diarias se encargaba una enfermera de prácticas super maja, según ella mayor para estar de prácticas, pero había querido dar un giro a su vida y a sus taitantos años se había metido a estudiar de nuevo, pero esta vez, lo que quería. Un cielo de mujer. La dejé hacer todo lo que ella creía que tenía que hacer, estuvo atendiéndome las 3 SEMANAS que estuve INGRESADA. Se encargó de las curas, de quitarme las grapas, de alegrarme los días, de hablar conmigo... Supongo que yo le serví para estar a su aire, total, ya no podía estropear nada...

    Al cabo de una semana de ingreso, la única mujer del grupo de cirujanos se hizo cargo de mi caso, no se si por empatía, por ser el último mono o por qué: "Hay que operar y quitar la necrosis"
              
                  - "¡¡¿QUÉ NECROSIS?!!" 

    Nos pilló completamente desprevenidos, ya sabíamos que la cosa no iba bien, pero tampoco llegamos a pensar que se torcería tanto. ¿CÓMO OCURRIÓ? ¿POR QUÉ SE MURIÓ EL TEJIDO? Son preguntas que he hecho miles de veces y aún no han sido respondidas.

    Sé que fuí el 1% de las personas con mala suerte, pero me hubiese gustado ¡qué digo! ME GUSTARÍA SABER cómo ocurrió, por qué una parte de mí murió estando aún pegada a mi cuerpo.  

jueves, 29 de agosto de 2013

Comienzan los problemas

    ¡No hay nada como estar en casa! O eso creía yo...

    Mi madre había cogido vacaciones para poder estar conmigo y hacerme el día a día más fácil, ya que ni podía hacer el esfuerzo de levantarme de la cama. Todas las mañanas mi madre me hacía la cura por indicación del médico con betadine y ella misma, dijo: "Total, eso lo puede hacer usted misma", no nos dio ninguna alternativa. No sabíamos que un/a enfermero/a podía ir a tu casa y realizarla allí, no caímos en que esa alternativa existía. Nadie, ningún trabajador de la sanidad pública se digno a decir nada. El médico indicó a mi madre unas pocas pautas para realizar la cura: "con usar betadine es suficiente" y no puso ningún impedimento a que me duchara y mojase la herida, es más, dijo que era conveniente.

    En la primera cura, fue imposible despegar la gasa del pecho, se había quedado totalmente adherida y pensamos que la mejor solución era despegarla suavemente con agua en la ducha. ¡Qué sensación más desagradable! ¡Aún puedo sentirla al recordarlo! Sentir que la gasa que sujetas para que no ejerzca presión se va despegando.

    Además, mi madre se marea con la sangre, por lo que ni me imagino lo que tuvo que pasar la pobre haciéndome las curas. ¡Fueron unos sinvergüenzas! ¡No les costaba nada informarnos sobre la cura domiciliada que se podía concertar en el ambulatorio.

    Desde el primer día en casa sentí que las cosas no iban bien (o al menos, eso me parece ahora), tenía unas décimas de fiebre que fueron aumentando progresivamente. Soy de sangre bastante fría, suelo tener una temperatura de 35,5º sino por debajo, más baja de lo normal (36,5º) y con 38º estaba como si fuesen 40 o 42º.

    No es normal que la fiebre persista y es peligroso que lo haga tras una operación. Si aparece fiebre NO ES UNA BUENA SEÑAL, significa que hay infección. Al constatar que la fiebre no iba a menos mi madre se preocupó y llamó al ambulatorio para pedir que un médico viniese a echarme un vistazo. Los muy cabrones, ya que no se merecen otro nombre, me querían hacer subir al ambulatorio estando mareada, con fiebre, casi sin poder moverme y operada de hacía dos días!! Mi madre tuvo que insistir y ponerse borde para que mandaran a alguien. ¡Manda narices!

   Al final, y tras mucho insistir, nos vino una doctora o enfermera (yo creo que doctora porque no tenía ni idea de heridas). Para que ella pudiese hechar un vistazo me metí de nuevo en la ducha para quitarme las vendas. La mujer que me atendió me mandó tomar más antibióticos y nos recomendó que si la fiebre y el malestar persistían durante un par de días fuesemos sin falta a Urgencias.

    Al día siguiente seguía con fiebre, así que ya os podéis imaginar dónde acabé... ;-S


miércoles, 28 de agosto de 2013

Pa´ casa

    Solo me tuvieron una noche ingresada. El médico pasó, y me dio el alta tan pronto como pudo. Para poder marcharme, una enfermera tenía que quitarme los drenajes, dos, uno de cada costado y mama. Se supone que el drenaje se deja puesto tras la operación para que la porquería y fluidos que se creen o fluyan tengan una vía de escape, no acumulándose y evitando una infección. Si no es así, que alguien me corrija.

    Bueno, el caso es que la enfermera que me tocó no era la típica burra y regordeta que nos podemos imaginar cuando la he descrito como bruta. Al contrario, era menuda, pero ganas y fuerza le sobraban. Al parecer, a ella le importaba un comino el echo de que yo estuviese recién operada, muy dolorida y con poca o quizá nula movilidad. Al principio, creo, y digo creo porque no estoy segura, que intentó ser delicada con la extracción del primer drenaje, el izquierdo.

    Yo sentía sus dedos , porque creo que lo hizo con ellos o que al menos tenía la mano apoyada en mí, que presionaba más y más fuerte. El drenaje no quería salir, había descubierto un buen solar con vistas a un brazo y quería echar raíces allí. Pero la insistencia de la enfermera, su técnica infalible y la presión ejercida, lograron aminorar las fuerzas con las que el pobre artefacto se amarraba a su preciado solar. El caso es que la muy bestia tiró como si la vida le fuese en ello, tiró tanto que el drenaje salió dispardo contra la pared, rebotó y calló al suelo. ¡Podéis imagiraros el percal! Mi cara de dolor, la cara de esfuerzo y susto de la enfermera, la pared salpicada de sangre, las sábanas también...

    Visto lo visto, cuando se dispuso a quitar el de la derecha, yo ya temblaba. Éste, yo creo que se acojonó después de ver la brutalidad con la que el anterior había abandonado su reconfortante y tranquilo refugio. Ni me enteré cuando salió.

    Una vez dada por concluida la actuación de la enfermera, mi madre me ayudó a vestirme. Creo que ¡núnca, jamás en la vida! me he sentido ¡TAN INÚTIL!. No podía moverme, ni levantarme, menos aún subir los brazos, ni siquiera incorporarme yo sola. Creo que no era capaz ni de sujetar una prenda. Estaba débil y cansada.

    Cuando hubimos recogido todo y yo ya estaba lista para marchar del hospital, nos dieron los papeles del alta y fuimos en busca de un taxi. Le dimos la dirección al conductor, me até el cinturón de seguridad lo mejor que pude para no hacerme daño y a su vez ir sujeta, y emprendimos un viaje de unos 15 o 20 minutos.

    El taxista, delicado allí dónde los haya, le dio igual llevar a una recién operada. Iba a la velocidad que quería por la ciudad, daba giros bruscos (yo no me podía sujetar) y cogía los resaltos (mal conocidos como badenes) de la carretera como si no existiesen. ¡Qué daño! Le tuvimos que insistir para que aminorase la marcha y fuese más delicado en la conducción.

    Al cabo de 15 minutos ¡Por fin! ¡Ya estaba en casa!


jueves, 22 de agosto de 2013

1ª cita para ¡IR POR FIN TERMINANDO!

    Ayer tuve la primera cita con mi mejor cirujano para mirar qué es lo que se podía mejorar del actual estado de mi pecho.

    Cuando me llamó no se acordaba de mi caso (¡normal!, llevaba más de tres años sin verme), pero ayer sí que se acordaba, ¡por supuesto que sí!

    Entré nerviosa, ya que la vez anterior tiró al traste todas las ideas que yo llevaba en la cabeza. Entramos, rememoramos el caso y acto seguido de desvestí para poder empezar a trabajar. Me marcó centradas las areolas injertadas con rotulador permanente, supongo que para tener una visión mejor y más centrada del conjunto. La verdad es que la derecha se ha desviado un poco hacia abajo, pero no me parece algo de vital importancia, creo que con un buen tatuaje quedará chulo.

    Vió que el pezón se había quedado completamente plano, con dibujo pero sin volumen y que las cicatrices eran demasiado anchas y gorditas. Por otro lado, le señalé que un pecho era más plano que el otro por la parte superior y que al que no tenía ese defecto, la cicatriz vertical inferior creaba una línea divisoria en el centro, es decir, que el pecho tenía como una hendidura en el centro que rompía la estética del mismo. Sobre las cicatrices y la forma fea del escote, me dijo que también se podía retocar.

    Él comentó lo siguiente acerca de cómo realizar esas mejoras: de la forma y el color de la areolas un buen tatuaje que las asemeje a las naturales realizado en colores marrones o rojizos; de las cicatrices de los costados me comentó que las podríamos reducir haciéndo unas nuevas en forma de zigzag; para el pezón, la mejor solución sería injectar algo del propio cuerpo (en este caso grasa propia que se podría extraer directamente con una jeringuilla desde la tripa por el ombligo, es un método poco invasivo y que puede dar muy buenos resultados, aunque también tiene un problema: que el cuerpo la reabsorba) para que el pecho no tuviese ningún elemento ajeno del cuerpo. Añadió que podría utilizar la misma técnica para rellenar la zona plana del pecho que ya os he comentado. Sin embargo, para esto propuso otra solución más, hacer una especie de pinza en la parte inferior del pecho para levantarlo (tendría además unas tetas push-up sin necesidad de sujetador ;-P).

    Al parecer, todo ello se podría realizar con anestesia local, siendo, por lo tanto, la recuperación más rápida. El mismo día de la intervención me mandaría a casa y llevaría unas tiras blancas que sirven como puntos durante unos días.

    Salí muy contenta de la visita, no parece un procedimiento ni muy invasivo ni demasiado complicado; y por lo tanto, tampoco muy caro (elemento muy importante en estos momentos de crisis en los que todo ahorro es un buen colchón).

    Durante mi visita a la consulta conseguí una copia de las pegatinas del implante izquierdo. En ella se especifica la marca (Mentor, no esas birrias francesas), los números de referencia y lote, código de barras, la dirección e información sobre la empresa y el volumen del implante (200cc, es de las pequeñitas) y la fecha en la se que han puesto: 03.07.2009. ¡Ya sabía yo que había visto San Fermines tirada en el sillón relax en el que dormía sin casi poder moverme!

    Estoy contenta ¡MUCHO!

    Tengo que llamar al cirujano en octubre-noviembre para realizar el preoperatorio y poner la fecha de la intervención (no creo que se le pueda llamar operación). Me gustaría que fuese el día 20 de diciembre, pero ya lo veremos...


 

martes, 20 de agosto de 2013

1ª operación (de una 115-120 a una 100C)

    La primera operación fue en Abril de 2007. No recuerdo muchos detalles y cosas que pasaron por mucho que lo intento, pero he tratado de describir los echos lo mejor que he podido.

    No estoy segura acerca de que me llegasen a explicar detenidamente ni los riesgos a los que me sometía ni lo que firmaba. Todos saben que si no firmas no te operan, es como ellos se guardan las espaldas, pero al menos podrían explicar lo que pone, pues no es que se pueda decir que la jerga médica sea entendible para el ciudadano de a pie.

    Una vez me llamaron a quirófano, después de una visita fugaz del médico que me iba a operar para realizar el croquis a seguir, bajé con una enfermera o auxiliar o celadora (no sé cual era su categoría profesional) a pié. Me acuerdo que entré a la sala de operaciones por mi propio pié, con los calcetines verdes de hospital sobre mis zapatillas de casa recién estrenadas para la ocasión y mis rizos salvajes atrapados en un gorro verde semejante al de la ducha. Los nervios se iban acentuando a cada paso.

    Me tumbé en la mesa, me dijeron que me relajara (¡ni que fuese fácil!) y me ataron los brazos con unas tiras de velcro, formando mi cuerpo una cruz. Alguien me preguntó si tenía frío, ya que la temperatura en el quirófano es mínima, para preservar el ambiente desinfectado y libre de virus y bacterias o lo que sea que vea en una estancia cálida un lugar confortable para vivir y reproducirse en masa.

    Con uno de los papeles firmados antes de someterme a la intervención, me comprometí a donar la parte retirada de mis senos a la ciencia. ¿Quién sabe para qué clase de experimento las habrán utilizado? ¿y qué manos las habrán manipulado? ¡Puede que mis mamas hayan sido la clave de algún avance científico sobre el cáncer o algo parecido! No sé, o puede que las hayan tirado o utilizado como conejillos de indias en alguna facultad de medicina para diseccionarlas una y otra vez. ¡Qué más da! Lo importante es que hayan resultado útiles a alguien ya que para mí no lo eran.

    Volviendo al tema, no recuerdo haber pasado por la sala de reanimación, me parece que me desperté directamente en la habitación. No sentía dolor, creo que aún me hacía efecto la anestesia o que estaba sumamente atontada. No me podía incorporar ni mover por mi misma, no podía mover los brazos, tampoco podía ponerme recta de lo que me tiraba la carne.

    Aunque mi mayor tortura fue la siguiente. Las enfermeras no suelen dejar que te levantes si estás recién operada hasta que no has hecho pis. Me meaba tanto que parecía que mi vejiga iba a estallar (y no os penséis que es como cuando dices que te meas mucho, multiplícalo por 10 y entonces te podrás acercar) y no era capaz de mear estando tumbada en la cama usando la chata. ¡Qué horror! Nunca lo he pasado tan mal, en ningún post-operatorio, os lo juro. Hacer pis en la chata es lo más incómodo que puede haber. Lo intenté un millón de veces y no podía, y con cada vez frustrada me ponía más y más nerviosa hasta que rompí a llorar de impotencia.
    Como no lo conseguía y las enfermeras seguían sin dejarme bajar de la cama, le pedí a mi madre que me incorporara, pensé que medio sentada lo lograría, pero no hubo suerte. Siempre sujeta por mi madre, acabé sacando los pies de la cama, simulando que realmente estaba sentada en el retrete. ¡Imposible! ¡No me lo podía creer! ¡No podía ni abriendo el grifo y dejando correr el agua! Al final, después de semejante odisea lo logré, digo ¡Lo logré! Lo conseguí echando gotitas de agua por la tripa hacia abajo. ¡Por fin! ¡Qué alivio!. Tras todo esto, decidí que una y ¡no más! y así ha sido hasta la fecha de hoy. En las siguientes ocasiones pude ir al baño, porque no dejé que me diesen una negativa, pero aquella experiencia no se me olvidará jamás. ¡Qué impotencia! ¡Qué llorera!

    No dormí sola, creo que me acompañó mi madre, pero el resto se fueron muy tarde. Durante el día tuve muchas visitas que se intentaron comer los bombones que me habían regalado ¡Y luego se preguntarán por qué no quería ofrecerlos! ¡Está claro! ¡Porque se los comen y me dejan sin ninguno! ¡Oye, que la operada soy yo!

    Mi profesora también se quedó hasta tarde. Siempre le agradeceré el que estuviese allí, apoyando a mis padres, sobre todo en la interminable espera de cuando una está en quirófano.



lunes, 19 de agosto de 2013

Ya tengo cita

Hoy he conseguido llamar a mi cirujano y este miércoles tengo cita con él. Cuando he llamado no estaba, pero luego él me ha devuelto la llamada. He de confesar que me he puesto super nerviosa.

Ya os comentaré a ver qué me dice... qué nervios...



domingo, 18 de agosto de 2013

Con vistas a la 4ª OPERACIÓN por jubilación

    Hace unos pocos días me enteré de que mi último cirujano, el que me arregló el desastre ¡se iba a jubilar! ¡QUÉ DESGRACIA! ¡que aún me quedan cosas por arreglar y retocar!

    Creo que se jubila de la sanidad pública en octubre, aunque tengo la esperanza de que siga ejerciendo unos meses más en la privada, el tiempo justo para que pueda realizarme los últimos retoques. No quiero seguir toda mi vida de quirófano en quirófano, por eso, quiero que esta seala última vez que me someto al bisturí.

    Espero poder conseguir una cita pronto y que en Navidades me opere, ya que tengo dos semanas libres y si necesitase más, para reponerme no perdería tanto ni de trabajar ni de estudiar.

   Ya estoy nerviosa. No he pedido siquiera la cita y estoy nerviosa por la solución que me vaya a dar. No quiero que sea una operación muy invasiva, pero con él, es mejor dejarse llevar y hacer lo que te recomiende porque será lo mejor, no hay duda. Muchas veces nos cerramos en banda por miedo, EL MIEDO NOS PARALIZA, y elegimos la peor solución, la más chapucera o simplemente nos conformamos con que quede aparente, y ¡NO!, eso no es lo mejor para nosotras.

    Con él he aprendido a que lo más fácil, rápido o directo no siempre es lo mejor y que el miedo no nos debería guiar en nuestras decisiones importantes.

    ¡ÉL ME SALVÓ DE UNA CHAPUZA YA HECHA Y DE OTRA QUE ME QUERÍAN HACER!

    A él le debo mi pecho actual, el que parezca normal vestida y sólo un poco raro desnuda. Él que en su consulta me cantaba canciones del año de la polca y zarzuela, que me casaba una sonrisa avergonzada y me decía: "no pierdas esta bonita curva de tu cintura". Él que me hizo callar para poder darme la mejor solución y poder trabajar como es debido. A él le debo mucho, pero mi cuenta ya está saldada.


    Sé que me he ido un poco de la historia, pero creí importante compartir esto con vosotras. Al fin y al cabo, esto es un blog y no tiene por qué seguir un órden cronológico, ¿o sí? ;-P



sábado, 17 de agosto de 2013

De médicos

    La primera consulta con el cirujano plástico está un poco borrosa en mi mente. Sé que me midió el pecho y su caída: desde la clavícula al pezón y desde el centro bajo del cuello (allí dónde se encuenta un hoyuelo), diciendo casi sin pestañear "Sí, entras por la Seguridad Social".

    Esto ocurrió en uno de los principales hospitales de mi ciudad (aún no estoy segura de querer dar datos más concreto). Me pusieron en la lista de espera, cómo no, aquí todo funciona así, y parecía que iba a ir para largo, por lo que no tuve que realizar el preoperatorio enseguida.

    Al cabo de unos días o semanas, me llamaron del hospital diciéndome que habían derivado mi caso a otro cirujano para aligerar la lista de espera (la verdad es que aquí ya nos empezó a dar vueltas el estómago, no nos gustó la derivación ya que poco podíamos hacer nosotros al respecto). Mi madre se preocupó e insistió en que las garantías y la profesionalidad fuesen las mismas. Que decir me queda, que por supuesto se lo garantizaron, ¿qué iban a hacer sino?

    De esta forma, me personé en un ambulatorio de especialistas con la misma ilusión pero alerta de los posibles cambios, sopesando todo lo que el nuevo cirujano comentaba. Este señor era mayor que mis padres, no me cabe la menor duda de ello, pero bueno, casi como el anterior que me había atendido en el hospital. Aunque también resultó bastante antipático y altanero (como muchos médicos que se creen por encima de las personas que no entienden su jerga profesional) pero no saqué nada en claro sobre su profesionalidad (que si me hubiese enterado otro gallo cantaría hoy). Me midió, me dijo lo mismo que el anterior, mi madre insistió en que la operación se realizase bajo las mismas condiciones en las que iba a haber sido y me mandó pedir cita, esta vez en mi ambulatorio, para el preoperatorio; es decir: el análisis de sangre, el electrocardiograma y la ecografía de las mamas.

   Una vez realizadas las pruebas y con los resultados en mis manos acudí al anestesista. Allí, sólo recogieron los resultados y me hicieron sacar la lengua. Aún me pregunto para qué narices quería verme la lengua, ya que no me explicó nada de nada. Y me fuí.

    Ya no quedaba nada más por hacer que presentarme el día señalado en el edificio de la Cruz Roja de una conocida avenida de la ciudad. A pesar de que la operación se realizaría en un edificio de la sanidad privada, el médico era de la pública y esta misma iba a hacerse cargo de los gastos generados ya que yo fui, insisto, por la rama pública. AL parecer, los servicios privados prestan sus instalaciones y servicios a la pública para aligerar la carga de la segunda.

    Cómo no, el día de la operación llegamos muy pronto, yo con el estómago vacío y pocos nervios. ¡Por fin iba a conseguir lo que llevaba tanto esperando! Nos tocó esperar en una sala horrible, verde, si no recuerdo mal, con sillas de plástico incómodas y una decoración más que deficiente.

    Tras un rato esperando a que me llamasen para subir a planta, a mi habitación y prepararme, me llamaron y condujeron junto a mis acompañantes a una habitación compartida bastante grande, compuesta por dos camas, dos minipuertas que daban a dos nichos usados de armario y un baño, del cual no me acuerdo bien ya que no me dejaron casi usarlo (ya os contaré el por qué en el siguiente capítulo).

    Allí nos encontramos esperando casi media hora mi madre, mi padre, supongo que mi hermano pequeño (a no ser que tuviese clase), una antigua profesora del instituto con la que mantenía (y mantengo) una estrecha relación que quiso apoyarnos en este momento y yo.

    Durante el transcurso de ese tiempo, una enfermera o auxiliar vino a pedir que me fuese preparando para la inminente entrada al quirófano.


jueves, 15 de agosto de 2013

El comienzo (talla 115-120 copa E-F)

(Talla 115-120 reducida de espalda hasta una 95 con copa E o F, creo, ya no lo recuerdo muy bien, lo que sí tengo claro es que la copa me valía de sombrero)

    Yo fui una niña precoz a la hora de desarrollarme, mi primera regla fue a los 11 años y poco después ya parecía toda una mujer. Llevaba sujetadores de aro con forma de señora mayor por necesidad antes de acabar el colegio.

    Mis genes llevaban mucho tiempo amenazándome, ¿cómo podría pensar que mi abuela no me pasaría su herencia genética? Por quien sea (pues prefiero que no sea por Dios, hubiese sido muy cruel por su parte) ¡si ya se había saltado una generación! ¿por qué no saltarse otra más?. Destino, eres cruel, y mucho.

    Como todas sabemos (puede que algunas afortunadas con pechos turgentes, como en las novelas eróticas, no), la gravedad es más fuerte que Hércules, y si le dejas unos pechos grandes, estira y estira de ellos hacia abajo todo lo que le es posible. Hasta que cuelgan horriblemente dando la sensación de que su porteadora (ya que no podemos llamarnos portadoras de algo tan enorme) puede perder el equilibrio en cualquier momento (bueno, vale, lo he exagerado un poco).

    A eso hay que añadir que a pesar de gastarte un dineral. bien invertido pero un dineral a fin de cuentas, en sujetadores cómodos, que te recogen bien el pecho, distribuyen su peso uniformemente por la espalda y los hombros, ellas (que están vivas) siguen erre que erre con tendencia a la baja.

    ¿Cuantas mujeres jóvenes con pechos grandes son capaces de encontrar un sujetador bonito que se les ajuste bien? yo no conozco a ninguna que haya podido combinar dos de las siguientes características:
                             - Bonito                                       - Cómodo
                             - De tu talla                                  - Barato
                             - Un poco escotado                     - ...

    Dejando de lado lo de la ropa interior, mi mayor motivación, además de la estética (por supuesto), fue la salud. Me dolía la espalda día sí y día también del peso de mis dos compañeras sin nombre propio, mis hombros hacían un surco allí donde se habían estado hundiendo los tirantes. Tengo que decir que aquellas dos monstruosas masas no eran nada cómodas.

    He de confesar que mi pecho quedaba completamente desproporcionado con mi cuerpo. No soy de constitución delgada, ni por asomo, aunque tampoco estoy gorda, las cosas como son, me encuentro dentro del índice de grasa corporal recomendada para mi altura. De hecho, alguna vez me han puesto como ejemplo del cánon de belleza Renacentista, aunque no me haga mucha gracia que me comparen con la Venus de Botticelli ¡a ella no le llegaban las tetas hasta el ombligo! ¡Jolin!

    En fin, qué os puedo decir, he convivido muchos años con dos sacos colgados del cuello y pensar que me podía deshacer de ellos era lo que me hacía caminar poco a poco hacia el quirófano.

    Mi madre y mi padre sabían desde hacía mucho que me quería operar, pero yo creo que no lo habían asumido e interiorizado hasta que un día lo planteé seriamente en casa. no me acuerdo cómo fue, ni lo que dije, sólo sé que me veían tan convencida que no dudaron ni un instante en ser mis principales pilares.

    ¡Ah! Por aquel entonces no tenía novio, y tampoco puedo decir que tuve la oportunidad de disfrutar de mis chicas con alguien. es por ello, que hoy en día no puedo comparar sensaciones.

    Fue mi madre la que me acompañó a todos los médicos (no porque mi padre no pusiese interés, que lo hacía, sino porque el horario de ella se lo permitía mejor que a él, aunque a los importantes él tampoco faltó ni una vez). No recuerdo la visita al médico de cabecera, supongo que debió de ser muy corta, porque no tuve que insistir para que derivara mi caso al cirujano plástico.


martes, 13 de agosto de 2013

El FINAL del COMIENZO

    No soy nadie especial, apenas una chica de veintitantos, cuya vida dió un vuelco de 180º tras someterse a una operación de reducción de pecho (o reducción de mamas, mamoplastia de reducción... como lo queráis llamar).

    Estaba convencidísima, ¡ya lo creo que sí!, ¡desde los 13 años! o incluso antes, desde que me salió el pecho, y os lo juro, fue pronto, antes de terminar el colegio. De echo, me confundieron con una monitora del campamento de verano cuando sólo tenía unos 11 o 12 años.

    Ya con 17, conseguí convencer a mis padres para que me apoyaran en mi decisión. Y con 18, casi 19 años, me operaron, hace ya unos cuantos años de ello.

    No sé qué es lo que salió mal, puesto que nadie, ningún médico, se ha sentado conmigo a explicármelo detenidamente y en un idioma que yo pudiese entender. Es algo que aprecio mucho de los médicos y de su trato con los pacientes, a veces resultan tan cercanos... :-(

    Lo único que tengo claro es que a día de hoy ya he entrado tres veces en quirófano (uno diferente cada vez, con un cirujano también distinto), y que aún me quedan unas cuantas visitas. ¡Debía haber sido únicamente una!

    Comienzo este blog con el propósito, no poco recapacitado, de encontrar un lugar en el que depositar mis historias, vivencias, sentimientos, frustaciones... con la intención de poder dejar atrás de una vez por todas los episodios que tanto me han marcado. Y, ¿por qué no?, de compartir todo ello con aquella persona que le interese y por casualidad se encuentre conmigo en la red.